sábado, 8 de junio de 2013

Originalmente posteado en FB, en abril de 2012.

SOBRE EL METROBUS Y NOSOTROS A pesar de que estoy - como todos ustedes - sobrecargado de tareas, tengo que hacer una pausa porque necesitamos, entre todos ponernos a hablar. El rechazo de la cámara de diputados, hace unas semanas, al proyecto del metrobús es una prueba más del lamentable estado de la gestión de los asuntos públicos en nuestro país.

Para quien no lo sepa, el metrobús - también conocido como Bus Rapid Transit o BRT por sus siglas en inglés - es un proyecto que pretende incorporar un sistema de Omnibus rápidos en carril exclusivo, con paradas pre-deteriminadas, de modo análogo a los trenes subterráneos, pero con costos significativamente menores. Es un sistema que se ha implantado con gran éxito a lo largo de ciudades de todo el mundo, produciendo una alternativa viable de transporte de gran calidad.

El metrobus se apoya en experiencias como la de Curitiba, en Brasil, Bogotá en Colombia y otras ciudades. En el contexto paraguayo, el metrobús es un proyecto tan antiguo como la Avenida Costanera de Asunción, y sus primeras referencias se vinculan con un estudio de primer nivel desarrollado por la JICA en los años 90 denominado Plan Z. Es un hecho económico sobradamente comprobado en todos los lugares del mundo que la transferencia de rentas (subsidio) a través del transporte público es uno de los mecanismos mas democráticos y transparentes para mejorar las condiciones de vida de la población.

El raciocinio inverso también es válido: cuanto más pobre es la población, mayor porcentaje de sus ingresos se diluye en costos relacionados con el transporte. Si el transporte público es caro e ineficiente, los más pobres enfrentan mayores costos económicos y un significativo deterioro de su calidad de vida. Esto significa que todos los que tuvimos o tenemos que usar el transporte público para trabajar y estudiar debemos sumar de 1 a 3 horas más a la jornada de trabajo de 8 horas.

Eso significa también que si un joven quiere trabajar y estudiar, tratando de romper el círculo de pobreza y extender sus horizontes personales, su odisea de doble turno puede extenderse a unas 14 horas diarias. Ahora imaginen el volumen de la deseconomia que implica que cerca de dos millones de personas, cada día vean sus fuerzas y su dinero desaparecer durante tres horas diarias de confinamiento. Imaginen la dimensión del potencial creativo y la capacidad de generar riqueza que podríamos tener, como sociedad si todo ese esfuerzo que hoy se desperdicia inútilmente se pudiese aplicar de modos más constructivos, que incluyen entre otras cosas la posibilidad del ocio, la recreación y la cultura.

 Se suele decir que en Paraguay la gente no lee, pero nadie suele decir que después de 14 horas diarias de trabajo, en general las personas están tan saturadas y embotadas que solo pueden llegar a casa y convertirse en receptores pasivos de televisión de dudosa calidad. Las cosas son tan absurdamente brutales que necesitamos doparnos sistemáticamente (con alcohol, con televisión, con cigarrillos, con la droga de tu preferencia) para poder anestesiarnos y continuar. Puedo hablar en primera persona de estas cosas, porque las conozco. Todos ustedes también. Todos ustedes usan el transporte público y tienen parientes y amigos que también lo hacen. Todos nosotros sabemos los efectos acumulados que 20 años de este tipo de vida tienen en la gente.

Nuestros padres, hermanos, esposas e hijos, nosotros mismos nos sentimos gastados, envejecidos. Tenemos en la boca el gusto rancio de una vida que se vive solo para sobrevivir y no sabemos como romper ese círculo, pues aunque hacemos todo lo que el manual dice (trabaja mucho, estudia, etc.) las condiciones no varían, o solo mejoran de un modo terriblemente lento. Ampliemos nuestra mirada sobre las consecuencias sociales de este problema. En la medida que fallamos en construir soluciones colectivas, los individuos y familias apuestan por la mejor respuesta individual posible al angustiante problema de la movilidad urbana.

Como resultado, las calles están inundadas de motos y automóviles que son manejados en muchísimos casos por ciudadanos que no han recibido ninguna preparación y que pueden adquirir un permiso de conducir del mismo modo que se compra una estampilla de correo: basta con que pagues el canon. Existe por tanto una línea roja que conecta el pésimo transporte público, la fragilidad de nuestros mecanismos políticos a nivel nacional y municipal, y la epidemia de muertes relacionadas con accidentes de tránsito que involucran motociclistas.

Los motociclistas, en su mayoría jóvenes hombres y mujeres jefes de hogar pagan el peso más pesado en muertes, mutilaciones e incluso los sobrevivientes deben pagar un pesado fardo para lograr una efectiva recuperación de su salud y reintegrarse a la vida económica ayudando a sus familias. Como ciudadano y como interesado en el tema desde el punto de vista académico, me parece curioso que en nuestros análisis de salud pública o de desarrollo urbano estas variables nunca se sitúen conectadas. Se habla de las muertes en el transito como se habla de una maldición divina, y no parecemos capaces de conectar los puntos para ver que el transporte público, la gestión pública y las muertes causadas por accidentes son facetas de un mismo problema.

Me permito añadir una consecuencia más: ya que la mayor parte de los accidentados terminan en el servicio público de salud, los costos de la violencia son pagados por todos nosotros. Si eres pobre, o de clase media y usas transporte público, no solo estas pagando por viajar en condiciones vejatorias, sino que terminas pagando, con tus impuestos por los costos del sistema público de salud, el único que recibe a las víctimas de los accidentes de tránsito. Quiero usar las palabras correctas, las palabras literales: nos están matando.

Piénsenlo de ese modo: matarte es sacarte la vida y robarte el futuro. Si una coyuntura social disuelve tu trabajo y quema tu dinero para darte nada más que maltratos y violencia a cambio, esa coyuntura social te mata. Te mata despacio, como el tabaco o la obesidad, pero te mata. Me dirán que al final, la vida mata, a lo cual responderé lo siguiente: el transporte público que tenemos, muchas veces, también te mata rápido. Recuerden la infinidad de accidentes de tránsito relacionados con ómnibus que literalmente se despedazan por falta de mantenimiento en frenos y amortiguadores. Recuerden los ómnibus que tienen vidrios simples en lugar de cristales inastillables.

Y muchas veces los que buscan una salida al problema del transporte público usando motocicletas, que son el medio más barato que existe de transporte individual, también mueren en los ya mencionados accidentes de tránsito. Alejémonos un poco más de la valiente y dramática lucha de nuestro día a día y aún otro factor aparece: en la medida en la que cada uno trata de resolver su problema individualmente, la situación del grupo no deja de empeorar. Nuestras calles están cada día mas congestionadas, y cada día que pasa respiramos mas humo y enfrentamos más calor en un clima que ya es extremo, porque estamos saturando la ciudad de motocicletas y vehículos de segunda mano (los únicos que en general, podemos pagar individualmente).

 Entonces, fijate en lo siguiente, si todo lo anterior falló, todavía pueden sacarte años de vida, haciéndote respirar gases tóxicos de vehículos obsoletos. No importa cuán protegido te sientas, es necesario despertar de la ficción de que una situación social tan grave puede no afectarnos de modo individual. Todos los que somos usuarios de este sistema, somos sus víctimas: choferes y pasajeros sufren de modo directo. Propietarios de vehículos particulares, sean motocicletas o autos, sufren de modo indirecto, por la congestión y por los accidentes. En una sociedad pobre, quemamos millones de dólares por ineficiencia y por la necesidad de importar petróleo, y por costos indirectos de salud y asistencia social, mientras todos nos sentimos grises y derrotados por que nuestro laberinto no parece tener salida.

También me resulta curioso constatar que la principal consecuencia de todo esto es que parecemos odiarnos entre victimas, cada día más. En las calles, el pasajero odia al chofer y el chofer odia al pasajero, los pasajeros se repelen entre sí, y todos los que viajan en ómnibus detestan a los que tienen automóviles, y todos los anteriores a los que tienen motos, y por supuesto, todos, todos, detestan a los peatones y a los ciclistas último eslabón de fragilidad en esta cadena alimentaria de brutalidad urbana. Nos tienen destrozados, divididos y amordazados por el miedo, por la vergüenza, el pesimismo y la duda. Nos tienen así por que les conviene tenernos así.

Gente deprimida y sin capacidad de pensar con claridad es más fácil de arrear con promesas populistas y de dominar a través del miedo. La gente económicamente independiente y culturalmente formada tiene el incómodo hábito de ser indócil y pensar por sí misma. Se dirá que este es un problema insoluble. Que no sabemos lo que hay que hacer. Que no hay lugar en el mundo que lo haya hecho. Que somos únicos en el mundo y que aquí no se puede.

Mentira. Sabemos lo que demos hacer, y lo venimos sabiendo hace unas décadas. Ahora resulta que los legisladores, nuestros representantes, nuestros empleados, en el sentido más estricto del término, han decidido archivar el proyecto, sin necesidad de sentir que deban darnos alguna explicación. Lo que tenemos, necesariamente que preguntarnos es lo siguiente: a quien representan nuestros representantes, si no nos representan a nosotros? Si no sienten necesidad de rendirnos cuentas a los que le han cedido temporalmente el poder y la representatividad vía el voto, a quienes rinden cuenta? Y la otra cosa es, que haremos ahora?

Seguiremos divididos, acobardados y derrotados, detestándonos unos a otros y empujándonos en los semáforos, cerrando el paso a peatones y ciclistas con nuestros automóviles y motos? Seguiremos callados sin pedir explicaciones a aquellos a quienes pagamos un salario sustancial? Esta no es una disyuntiva teórica y académica. Estoy hablando de la vida de tu esposa, de tus hijos, de tu vida. Empezaremos a creer que quizá no necesitamos empujarnos, ya que en realidad, nuestros intereses son compartidos, y vamos en la misma dirección? Bueno, tengo un par de sugerencias: uno, si lo que te relato te parece razonable, por favor, manifestate. Como puedas, donde puedas. Sos creativo e inteligente, decidí como hacerlo.

Via redes sociales, imprimí camisetas, pasacalles, hacé grafittis, escribile a los diputados y senadores, salí a las calles. Lo que el corazón y la cabeza te digan estará bien. Segundo, no des un cheque en blanco, informate sobre el proyecto, sus características, y si podes contribuí con opiniones que permitan que se implemente de modo enriquecido: el apoyo NO está reñido con la crítica constructiva, ni con la imprescindible obligación de los ciudadanos de controlar el trabajo de sus autoridades. Finalmente, y este es un pedido personal, si podes, comparte este post. Estoy seguro que igual que vos, muchos otros están interesados y preocupados por este problema, y quieren ayudar. La gente dice que los Paraguayos somos pasivos. No me creo ese cuento. Yo vengo de un país reconstruido por mujeres solas, cuando nadie creía en la posibilidad de un futuro. Vengo del país de Eligio Ayala, Eusebio Ayala y José F. Estigarribia, que ganaron una guerra con soldados descalzos y usando las escasas rentas públicas de modo honesto. Vengo de un país en el que la gente trabaja horas sin fin y en el que aun así, consigue sonreír y ayudar a los vecinos. Vengo del país de Mangoré, de Roa Bastos, de Casaccia, de Guggiari y de Colombino.

Vengo del país de Berta Rojas, y Juan Cancio Barreto. Vengo de un país que sobrevivió a una de las dictaduras más largas del mundo, y que aun así no perdió ni su voz ni su conciencia. Vengo de un país en el cual las cooperativas son un agente económico fundamental, lo que me parece sensato, pues desde la época de las reducciones jesuíticas y aún antes, desde los guaraníes, había espacio entre nosotros para la libertad individual conjugada con un sentido - económico y cultural - de pertenencia a algo mayor que uno mismo, a una comunidad que debe ser protegida por que es la referencia y el horizonte de nuestras vidas y de las de aquellos que amamos. Así que, por favor, no dejes que te vendan el chiste de que este es un problema irresoluble, o que no te afecta. Mejorar el transporte público en la región Metropolitana es la oportunidad de mejorar la vida de todos. Trabajemos juntos en esto. Todo lo mejor para ustedes,

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